Edmund Hillary El Everest a título póstumo
Sobre la primera ascensión al Everest (1953), el gran coloso de la Tierra, hay una ingente producción bibliográfica, pero nunca el célebre Edmund Hillary, coautor de la gesta junto al nepalí Tenzing

ABC El libro contiene la gran foto: Norgay, retratado por Hillary en la cima
Sobre la primera ascensión al Everest (1953), el gran coloso de la Tierra, hay una ingente producción bibliográfica, pero nunca el célebre Edmund Hillary, coautor de la gesta junto al nepalí Tenzing Norgay, había autorizado a nadie a publicar una biografía extensa y en profundidad, como la que estos días tiene en la calle la editorial Kailas. Bajo el título «Sir Edmund Hillary. Una vida extraordinaria», Alexa Johnston se ha atrevido a hacerlo, después de revivir el mito a través de sus trabajos como comisaria en una galería de arte de Auckland (Nueva Zelanda). Allí, en el santuario del apellido Hillary, se encargó de inaugurar en octubre de 2002 la exposición «Sir Edmund Hillary: Everest and beyond (el Everest y más allá)». Y de la muestra, que después viajó a Washington, salió este libro, casi periodístico, en el que no faltan detalles contados por el coprotagonista (junto al sherpa nepalí Tenzing Norgay), el mito, ya fallecido -el 11 de enero de 2008- y sus familiares, amén de decenas de referencias editoriales al propio Hillary, artículos de prensa, documentos de diversa índole e incluso artículos de periódicos de medio mundo.
El consenso del coloso
Johnston traza un completo perfil de este personaje, incluidas algunas fotografías inéditas familiares, de sus primeros pasos con apenas dos años en el jardín de su casa (Tuakau, Nueva Zelanda, 1921) o algunas de sus páginas del diario de la mítica subida al Chomolugma (nombre auténtico de la gran montaña de 8.850 metros de altitud). También se aborda, con bastante precisión, la gran pregunta: ¿fue Tenzing Norgay quién llegó primero a la cima o por el contrario fue Ed Hillary?
Ambos llegaron a un consenso políticamente correcto: formaban parte de una única cordada, la que les había dejado como líderes por pura eliminación. En la mítica expedición del coronel británico John Hunt eran -pese a la gran experiencia de Norgay- la segunda línea tras los curtidos ingleses Charles Evans y Tom Bourdillon. Pero la autora no pasa de puntillas por el prólogo de la mayor gesta en el universo helado del Himalaya. Es su particular homenaje a Hillary, detenerse, como si de su segunda autobiografía (salió poco después de la cima) se tratase, en los intentos anteriores, casi todos ellos por la cara norte, como la de Irving o Mallory (su cadáver se encontró en 1999). O expediciones como la del suizo Lambert, ya por el collado sur. Se quedó a 300 metros de la cima.
La autora ahonda en la carrera por el Everest, en la que los británicos, tras múltiples intentos, querían ser los primeros. Y ahí fue capital, unos pocos años antes, la apertura de fronteras de Nepal. También el estudio fotográfico del concienzudo Michael Ward o la intrahistoria, siempre tan importante en Hillary, un hombre apegado a sus costumbres, a su familia (las lágrimas cuando tiene que embarcarse) y a su tierra (tras Tuakau, los Hillary se mudaron a Auckland). Incluso cómo se incorporó tarde a su gran logro por no descuidar la temporada de la recogida de la miel, el gran negocio familiar.
También su filosofía por el montañismo, compartida por Eric Shipton, el que cruelmente fue sustituido por Hunt para acometer el gran proyecto bajo el manto del Imperio que luego le nombraría «Sir» a Ed. O su primer contacto con Norgay, en mayo de 1951, el fiel escudero (y amigo para siempre) en el Everest. Johnston describe con precisión casi quirúrgica sus aventuras en los dos polos de la Tierra, sus descalabros en el Makalu (Hillary descubre allí sus límites humanos) o su recorrido, accidentado, por el Ganges, desde su desembocadura hasta las míticas gargantes del gran río sagrado de la India. En su relato está el resto del «universo Hillary»: sus primeros contactos con la nieve, el Himalaya, la conquista de Louise (su primera mujer, muerta, junto a su hija Belinda, en accidente de avión en 1975), sus libros favoritos sobre montañismo... Y siempre su labor de apicultor, a la que volvía tras las primeras expediciones.
No siempre pudo. La repercusión mediática y los nuevos proyectos le fueron apartando -su hermano Rex quedó al cargo del negocio- de su primer oficio hasta que en 1959, cuatro años después de cruzar la Antártida, tuvo que dejarlo. Las montañas, tras los chascos del Makalu (esta vez sin oxígeno, en una nueva prueba del hombre en altitud), le obligaron a volcarse mucho más en su lado solidario, recogido en un extenso capítulo (los proyectos del Himalayan Trust, entre 1961 y 1995), con la comunidad sherpa, a la que tanto estuvo agradecida y en la que se refugió (junto a sus otros dos hijos, el también montañero Peter y Sarah) después -también se dio al whisky en los dos años posteriores- a la pérdida de Louise (en 1989 se casaría con June, viuda de su amigo y compañero de escalada Peter Mulgrew) y Belinda.
Mike Gill, fisiólogo, montañero y cineasta, tiene muchas imágenes de él: «Director de proyectos disciplinado, carpeta en mano, llevando la cuenta de enormes pilas de provisiones y equipamiento; el líder flexible, el narrador ameno, el porteador echándose al hombro un paquete tremendamente pesado...». Y añade el propio Hillary en su diario del Everest: «Tenzing [citado en pasajes concretos del libro] es, sin duda, un compañero de primera para un escalador como yo, a quien le gusta llevarse la mejor parte del liderazgo». A su filantropía (el apellido Hillary es sinónimo de dios en Katmandú y el resto de Nepal) se incorpora su conciencia social: antiapartheid, su defensa del medio ambiente (su ruta en el continente helado ha servido para investigar el tiempo, los movimientos sísmicos y los ecosistemas marinos) e incluso su batalla contra las pruebas nucleares.
Los honores del día 11
El día 11, justo en el primer aniversario de su muerte, Nueva Zelanda le rendirá honores casi de jefe de Estado. Al fin y al cabo Hillary forma parte, sostiene Johnston, de la imaginiería «kiwi», junto a los «All Blacks», las ovejas, los tractores y la playa, para envidia de sus vecinos (y rivales) australianos. Uno de los grandes periódicos «aussies», el «Sydney Morning Herald», hizo «una humilde petición a Nueva Zelanda», a propósito del medio siglo de ascensión al gran Everest: «¿Podemos compartir a Sir Edmund Hillary? Australia no ha tenido ningún ciudadano de semejante presencia mundial».
POR JAVIER HERNÁNDEZ
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